Lo hallamos en el ámbito humano, al ver debilidad, fragilidad, dolor, muerte.
Pero hay algo todavía peor: una doble ley en conflicto continuo: la del que querría hacer el bien pero lo esta haciendo todo mal.
En el pecado hallamos perversión de la libertad humana, y causa de la muerte, porque es una separación de Dios, fuente de la vida (Rm 5,12), y a la vez, ocasión y efecto de la intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio.
El maligno es un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.
El problema del maligno, visto en toda su complejidad es la más fuerte dificultad para nosotros, ¿quién no recuerda la triple tentación de Cristo?, el demonio se cruza en el camino del Señor y aparece en sus enseñanzas (cf. Mt 12,43).
¿Cómo no recordar que Cristo, refiriéndose tres veces al demonio como adversario suyo, lo califica de "príncipe de este mundo"?
(Jn 12,31; 14,30; 16,11).
La realidad invasora de esta nefasta presencia aparece señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento.
San Pablo lo llama "dios de este siglo" (2Cor 4,4), y nos pone sobre aviso con relación a la lucha en la oscuridad que los fieles cristianos debemos sostener no sólo con un demonio, sino con una terrible pluralidad suya: Vístanse - dice el Apóstol- de toda la armadura de Dios, para que puedan resistir a las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne (solamente), sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos
(Ef 6,11-12).
No se trata de un solo demonio, sino de muchos, nos lo indican muchos pasajes de los Evangelios
(Lc 11,21; Mc 5,9); pero el principal es uno: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero degradadas, pues han sido rebeldes y condenados.
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