Al rezar, lo hacemos a Dios Padre, a Jesus, a la Santísima Virgen, al santo de nuestra devocion..., el Espíritu Santo es el gran desconocido.
Olvidar al Espíritu Santo no es olvidar un tema más o menos marginal, o más o menos interesante, sino algo así como olvidar la esencia del ser cristiano.
En el primer Pentecostés, el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, llegó como lenguas de fuego sobre los apóstoles.
¿Cómo recibimos al Espíritu Santo?.
El Espíritu Santo se nos da a través del Bautismo:
Conviertanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar para remisión de sus pecados; y recibirán al Espíritu Santo
(Hch 2,38).
La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella nazcan del agua y del Espíritu
(Jn 3,5).
(Catecismo, 1238).
La acción del Espíritu Santo se vivifica con la confirmación:
a los bautizados el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.
De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras
(Catecismo, 1285).
Después del bautismo, los apóstoles oraban por los cristianos para que recibieran un fuerte influjo del Espíritu Santo:
Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo.
(Hch 8, 15-17).
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