01 julio 2022

El demonio está en el origen de la primera desgracia de la humanidad;

 él fue el tentador fatal del primer pecado, el pecado original 

(Gn 3; Sb 1,24). 


Desde aquella caída de Adán el demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar. 

Es historia que dura todavía: recordemos los exorcismos del bautismo y las frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia a la agresiva y oprimente potestad de las tinieblas

(cf Lc 22,53; Col 1,13). 


Es el enemigo número uno, el tentador por excelencia. 

Sabemos así que este ser oscuro y turbador existe realmente, y que actúa con traicionera astucia; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana.

Debemos recordar siempre la parábola del trigo y la cizaña.

(Mt 13,28). 


Es el homicida desde el principio...y padre de la mentira 

(cf. Jn 8,44-45); 

el que insidia el equilibrio moral del hombre. 


Es él el encantador pérfido y astuto que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para introducir en ello desviaciones, tan nocivas como conformes en apariencia con nuestras estructuras físicas o psíquicas, o con nuestras aspiraciones instintivas y profundas.

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