él fue el tentador fatal del primer pecado, el pecado original
(Gn 3; Sb 1,24).
Desde aquella caída de Adán el demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar.
Es historia que dura todavía: recordemos los exorcismos del bautismo y las frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia a la agresiva y oprimente potestad de las tinieblas
(cf Lc 22,53; Col 1,13).
Es el enemigo número uno, el tentador por excelencia.
Sabemos así que este ser oscuro y turbador existe realmente, y que actúa con traicionera astucia; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana.
Debemos recordar siempre la parábola del trigo y la cizaña.
(Mt 13,28).
Es el homicida desde el principio...y padre de la mentira
(cf. Jn 8,44-45);
el que insidia el equilibrio moral del hombre.
Es él el encantador pérfido y astuto que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para introducir en ello desviaciones, tan nocivas como conformes en apariencia con nuestras estructuras físicas o psíquicas, o con nuestras aspiraciones instintivas y profundas.
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