El demonio igual influye en cada persona, en comunidades y en sociedades enteras.
No todo pecado se debe directamente a la acción diabólica, pero, el que no vigila sobre sí mismo con cierto rigor moral
(cf. Mt 12,45; Ef 6,11)
se expone a lo que San Pablo se refiere
(2Tes 2,3-12)
y que hace problemática la posibilidad de nuestra salvación.
¿Existen signos, y cuáles son, de la presencia de la acción diabólica?
¿Cuáles son los medios de defensa contra tan insidioso peligro?
La actitud del Fiel Cristiano es:
vigilar y mantenerse fuerte.
Los signos del maligno parecen ser a veces evidentes
(cf. Apol 23).
podremos suponer su acción allí donde la negación de Dios es radical, allí donde la mentira se afirma, hipócrita y potente contra la verdad evidente, allí donde el amor queda apagado por un egoísmo frío y cruel, allí donde el nombre de Cristo se impugna con odio consciente y rebelde
(Cf. 1Cor 16,22; 12,3),
allí donde el espíritu del Evangelio es adulterado y desmentido, allí donde la desesperación se afirma como última palabra, etc.
Todo lo que nos defiende del pecado nos separa del enemigo invisible.
La gracia es la defensa decisiva, la inocencia asume el aspecto de fortaleza, la armadura de un soldado, las virtudes, que pueden hacer invulnerable al fiel cristiano
(cf Rm 13,12; Ef 6,11.14.17.; 1Tes 5,8).
El fiel cristiano debe ser militante; debe vigilar y ser fuerte
(1Pe 5,8);
y en lo posible debe recurrir a los ejercicios espirituales para alejar incursiones diabólicas; Jesús nos lo enseña indicando como remedio la oración y el ayuno
(Mc 9,29).
La línea a seguir:
No te dejes vencer por el mal, antes vence al mal con el bien
(Rm 12,21; Mt 13,29).
Las adversidades que encuentramos hoy las almas, la Iglesia, el mundo, son nuestra Cruz; debemos darle sentido invocando nuestra principal oración: ¡Padre nuestro..., líbranos del mal!.
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